miércoles, 24 de octubre de 2012

Visiones

Hojas caídas de los árboles se desplazaban por la calle vacía. Un muchacho solitario tocaba la guitarra sentado en un banco. La melodía llenaba la acera transportada por el viento.
Parecía una escena normal la de aquel muchacho, que con ojos cerrados sentía la música en su corazón el cual solo sabía latir desbocado.
De repente, abrió los ojos y en ellos se reflejaban miles de colores mientras miraba al infinito. Como por arte de magia, de la nada aparecen elfos y ciervos, árboles y pájaros... todos bailando al son de la música que aquel muchacho tocaba.
Entonces, el cielo se nubló y empezó a llover. La canción cambió y empezó a sonar una triste y escalofriante melodía.
Los elfos intentaban calmar a las plantas y animales, pero elfos huían de sus brazos y las plantas ardían desafiando a la lluvia que rebotaba antes de tocar sus ramas.
Las manos de un elfo se tiñeron de sangre y miraron al chico con expresión inerte.
Al fondo, una voz gritaba. Era un grito desesperado y hueco en boca de alguien que no existía.
La naturaleza tan bella antes se disolvió y, en su lugar, apareció un bosque devastado donde sus hojas calcinadas eran piel en descomposición, el cielo estaba formado por una niebla espesa de un inconfundible color rojo y la única vida, si se pudiera llamar así, era una figura con capa en el fondo.
El muchacho con los dedos sangrando miraba a ninguna parte y a todas a la vez con los ojos en blanco.
La figura se le fue a cercando lentamente con sus mangas extendidas en gesto de invitación.
Una ráfaga de aire le quitó la capucha y debajo no había nada. Se acercó tanto la figura al muchacho que casi podía sentir el roce de su capa sobre su piel.
Y fue en ese mismo instante, cuando el chico paró de tocar y las visiones se disiparon. Soltó la guitarra que calló al suelo con un golpe sordo. Se levantó, sus ojos marrones desprendían lágrimas que caían por sus mejillas. Sabía que no podía correr ni escapar de su destino.
Él se dio la vuelta y observó al desconocido. Él sí tenía un rostro que contempló antes de que lo acuchillara en el pecho.
Calló y en sus labios se creó una mueca burlona de desprecio.