domingo, 12 de agosto de 2018

Matrimonio feliz

Una lágrima calló por la mejilla de la mujer.
-¿Cómo has podido?
La imagen de su marido inclinado sobre sus tres hijas, la sangre, la sonrisa loca de este la destrozaron. Había llegado hace dos minutos del trabajo muy agotada. Últimamente estaba haciendo horas extra y esto la dejaba sin ganas de ninguna otra cosa. Abrió la puerta y se encontró el silencio más absoluto que tantas veces había anhelado tener en su propia casa. Siempre estaba puesta la tele, había alguna discusión o música de fondo. Pero esta vez ni un animal en la calle sonaba. Miró en cada una de las habitaciones atentamente, buscando dónde se podría haber metido su marido. Levantó la muñeca y el reloj le confirmaba que a esa hora todos deberían estar en casa. "¿Habrá llevado a los niños a algún lugar? No, ese no es su estilo. Él sería más de encerrarse en su estudio e ignorar todos los problemas que ella le recuerda por las mañanas antes de irse a trabajar. Su hija pequeña tiene tres años, desde que no va a la guardería todo es más complicado porque deben ir a por el mucho antes, el siguiente tiene 14 años y está entrando en la adolescencia con todo lo que esto conlleva. La mayor tiene 20 años pero aun vive en su casa pues está estudiando en la universidad de su ciudad. Por eso, extraña tanto la falta de ruido. Entonces, se escucha algo. Un ruido proveniente de su dormitorio. Algo parecido al rozar de la tela con la piel, como el sonido de alguien pasando la lengua por su amante. Sus pasos se hacen pesados y se acerca con grandes zancadas hacia el dormitorio principal esperando encontrarse la infidelidad de su marido.
Cuando intenta abrir la puerta, algo pesado se lo impide. Llena de ira, empuja con fuerza y consigue desplazar esto que produce un crujido. El suelo está lleno de sangre, las paredes también están salpicadas, una mano está abandonada sin dueño y su marido está inclinado sobre Catalina, su hija mayor. Esta tiene una raja que le atraviesa el vientre y los intestinos salen de esta con un rojo intenso. Con una lengua muy larga, este acaricia su hígado y le pega un pequeño mordisco. Con la mano izquierda, acaricia la cara de horror inerte de la chica, con la otra va acariciando la pierna de la pequeña Carol que está al lado de su hermana. No tiene ningún rasguño, está bocabajo y tiene las bragas bajadas. Unas bragas blancas de algodón que le regalaron sus abuelos. Oculta su cuerpo un vestido amarillo que le encantaba llevar los sábados al parque. Una arcada sube hasta la boca de la mujer y gira la cara para dejar que el líquido salga. Detrás de la puerta, lo pesado que impedía abrirla era su otra hijo. Le falta una mano, su otro brazo está retorcido y sus piernas en un ángulo completamente antinatural. El crujido que sonó antes es su cuello partiéndose por la fuerza de la madera contra su cuerpo. Su cara estaba completamente aplastada y si no fuera porque había visto la suerte que había corrido con sus otras hijas, podría no haberle reconocido. El vómito se detiene en la parte alta de la garganta, el horror no deja que fluya. A su espalda oye un golpe y se gira de golpe. Su marido al fin ha reparado en su presencia.
Grita, llora y mira para todos lados. Él se pone muy serio, se limpia la comisura de la boca y se alisa la ropa.
-Me has obligado, Natasha. Todas las mañanas te quejabas de ellos todo el tiempo. Decías que era lo peor que te había pasado en tu vida.
-Son nuestros hijos, joder. ¿Cómo has podido? ¿Qué clase de monstruo eres?
-Eres una desagradecida, todo esto lo he hecho por ti. - Hace un gesto que abarca la sala. - Aunque no negaré que me ha gustado bastante ver cómo se retorcían y pedían clemencia. No saben que no tenían ninguna posibilidad de escapar. -Gira la cara hacia su mujer. Sus ojos muy abiertos, su boca en una gran sonrisa.
La esposa se acerca corriendo a su hija pequeña para cogerla en brazos. Cuando le da la vuelta, su boca está llena de espuma blanca, sus párpados cortados, la comisura de sus labios cosida a las mejillas.
-¿Ves? así sonreirá siempre y no podrá volver a molestarte, cariño. - Posa una mano en su hombro y ella la rechaza con un golpe seco. Cuando se fija en el rostro de su marido este tiene las pupilas muy dilatadas. -¿Qué hiciste?
La coge de la muñeca, ella intenta resistirse, pero es inutil. La arrastra por la casa hasta su estudio. La deja en el suelo y saca oculto en la camisa un collar con una llave. Abre la puerta y la empuja a su interior. Al encender la luz puede ver un montón de líquidos de colores en probetas y frascos. Hay jeringuillas manchadas de sangre en una bandeja y varios pájaros muertos en sus jaulas lo que hace que haya una peste nada más entrar. La ventana está tapiada y el escritorio lleno de papeles.
-Bueno, tendré que seguir la investigación del fármaco en otro sitio. No es rastreable, así que no te preocupes por eso, nadie me encontrará nunca.
-Se lo diré a la policía- grita en un intento desesperado de huir.
-No, no lo harás. Y para cuando lo hagas, será demasiado tarde.
Se acerca, jeringuilla en mano al brazo de su esposa.

Una semana más tarde, la policía entra en un apartamento. Los vecinos se han quejado de unos ruidos extraños que a todas horas surgen de este lugar, los compañeros de trabajo de la mujer les han dicho que hace días que no se presenta ni coge el móvil, además el marido está de viaje de negocios en una conferencia desde hace un mes. Cuando abren la puerta principal, una peste casi les hace soltar el desayuno. Entran alerta, tapándose la nariz con una mano y con la pistola en la otra.
-¿Señora? ¿Se encuentra ahi?
Al llegar al dormitorio principal, el olor se hace insoportable. La puerta está abierta y dentro la mujer se encuentra haciendo un ángel de nieve con brazos y piernas en el suelo. Todo el suelo está lleno de un líquido rojo seco. En el techo, cuelgan varios cuerpos de animales y humanos. Algunos llenos de moscas y con un aspecto azulados, otros gotean aun sobre la cara de la mujer mientras rie y habla sin sentido. Al verlos, se levanta.
-Esto no es lo que parece, mi marido es el responsable.
Deja de reir y en su cara hay una expresión de angustia.
-Tienen que creerme. Miren en el estudio.
El policía al cargo, hace un gesto a otro que está detrás de este y abren otra puerta sin dejar de apuntar a la mujer. Un estudio de pintura con varios cuadros de mujeres gritando y bastante abstractos aparece. Sobre un taburete, varias ampollas y jeringuillas.
-¿Lo veis?- la atención de los agentes vuelve a la mujer.- Mi marido está loco. Tiene un laboratorio, él me hizo esto.
La llevan detenida por homicidio con drogas. El marido volvería para identificar su cadaver tres días más tarde. Desnutrición y sobredosis, diagnosticaron los médicos. Acudieron muchos a su funeral, las miradas estaban puestas en el marido, el cual, fue el último en abandonar el mausoleo familiar enterrando a sus tres hijas y a su mujer. La madre de esta se fijó muy bien en las expresiones de este, pero no pudo saber si lo que su hija decía era cierto o no. La cara de este se ocultaba en las sombras y por más que se esforzara no veía ni un pedacito de su piel. Esa fue la última que vio a ese hombre. Desapareció del mapa sin dejar ningún rasto.

lunes, 22 de enero de 2018

La vida del músico

Diego se echó la guitarra al hombro y cargó una mochila con una muda, dinero y algo de comida a su espalda. No sentía el peso de sus pertenencias, tan acostumbrado estaba a llevarlas. Su vida era así.
Cogió el primer tren sin mirar el destino. Se bajó y disfrutó del placer de estar en una ciudad donde nadie lo conocía. Paseó por esas calles estrechas por el casco antiguo. El aire congelado golpeaba su cara y le despeinaba la barba. En algún punto de la calle paró y bajó el estuche. Se sentó en un banco solitario con una pierna debajo de la otra y sacó la guitarra del estuche. Tocó unos acordes para afinarla y cerró los ojos. Sus dedos volaban por las cuerdas y se perdían en los acordes. La música era como una mujer besando sus mejillas rojas por el frío, como un buen enigma que se resolvía poco a poco, como una serie de normas matemáticas que forman una formula perfecta en sí misma. La música era el calor de la chimenea en invierno, un abrazo con amor, una mirada de complicidad... todo eso decía su música. Al menos, todo eso sentía Diego.
Cuando paró de tocar la melodía escuchó unos aplausos. Levantó la vista y encontró un corro de personas a su alrededor muy atentas a sus movimientos. Diego, que nunca decepciona a un público curioso, volvió a subir las manos por el mástil.
Ya era bien entrada la tarde cuando volvió a la estación y encontró un billete a casa. Subió al tren con menos peso que esta mañana tanto en su mochila como en su corazón. Llegó de noche y caminó a su casa. Por el camino le pararon muchas veces, demasiadas. Pero él se sentía ligero, como andar sobre nubes. Se dejó caer en la cama, su guitarra descansaba apoyada en el armario. Se fijó en la hora de su reloj y recordó que mañana madrugaba. Cerró los ojos y cayó en un sueño profundo donde una mujer le besaba las yemas de los dedos.