viernes, 17 de marzo de 2017

Algo personal

Hace una semana que murió mi bisabuela y todavía no sé en qué fase me encuentro. A la hora de enfrentarse a una muerte de una persona importante para nosotros hay varias fases que no todo el mundo pasa igual. Una de las fases se llama negación y otra aceptación. Sinceramente, aún no sé en qué fase me encuentro ahora mismo.

Mi bisabuela era una de las personas más maravillosas que te puedes encontrar. Era amable, con genio cuando era necesario, lista, quería muchísimo a su familia, trabajadora... Pero desde hace cuatro años, la enfermedad la hizo débil y dependiente. No os hacéis una idea de lo que se siente al ver como uno de los pilares de tu vida se va agrietando, como poco a poco dejas de ir a ver a una de las personas que más quieres porque no soportas que no te recuerde ni sienta que estás a su lado.

Recuerdo perfectamente el momento en el que se me partió el alma. No fue las dos semanas que mi bisabuela pasó en el hospital intentando luchar por su vida. No fue cuando mi exnovio ni presentó sus respetos en el tanatorio. No fue al verla tan quieta en el ataúd ni tantas familias rotas por la pérdida. Todo eso me llenó de desdicha y pena, pero hubo un momento en el que sentí que mi vida ya no tenía sentido en ese momento. Mi padre llegó de trabajar y fuimos juntos al tanatorio, hablábamos en el coche, ni tristes ni alegres solo hablábamos. Llegamos a la puerta y mi padre abrazó a mi madre. Fue el abrazo más largo del universo porque paró el tiempo. Cuando vi a mi padre, una persona fuerte y siempre correcto en cada situación, llorar en brazos de mi madre.

Nunca antes había ido a un funeral. Entenderme, siempre iba a la misa en función de amigo o acompañante, pero nunca me senté en la primera fila. La misa de mi bisabuela fue una vergüenza. No hubo unas palabras que conmemoraban los 105 años que había vivido, ni unas palabras alentadoras. Nos tocó el único cura que no la conocía, no hubo cánticos cuando mi bisabuela amaba la música, solo lágrimas y gente sorbiendo la pena. Pero hay algo aun peor en un funeral. Seguro que sabéis a qué me refiero. Es el momento en el que la familia se pone al lado del altar junto al ataúd y todos desfilan por delante antes de salir de la iglesia. ¿Por qué? No entiendo por qué la gente debe desfilar y ver nuestras caras empañadas en lágrimas. Ya nos han dado el pésame en el tanatorio, en la misa, antes y después de ella. Lo veo innecesario.

Esta fue la primera vez que vi un cementerio. La idea que tenía de ellos era la de las películas americanas, lápidas por todos lados y muertos enterrados bajo tus pies. Sin embargo, el cementerio era precioso. Lleno de lápidas puestas en columnas todas llenas de flores y grabados. Me pareció la biblioteca de los muertos. Todos en estanterías llenos de historias sin leer. ´

Después de haber escrito todo esto sigo pensando... Estoy en fase de aceptación... ¿o negación?